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Vacío

El sábado fui al teatro y me lo encontré medio vacío.


Sufro con un teatro vacío. O con un restaurante. O con una tienda de muebles.


Empatizo tanto con los negocios que no funcionan que suelo comprarles algo como muestra de solidaridad.


Hace unos años estuvimos en un barecillo de la Alameda en el que el chaval, muy joven, nos contó la ilusión con la que lo había montado.


—Le he pedido un préstamo a mi padre.


Fuimos alguna que otra vez más y casi siempre estaba sin nadie. El otro día nos acordamos y fuimos a comer allí, con una Sevilla resplandeciente de gente paseando la ciudad y bares a rebosar.


Vacío. De nuevo.


Nos sentamos en la terraza y lo vimos a él a través de las cristaleras. Tenía a una chica empleada que tardó una eternidad en darnos los buenos días. La comida, mediocre. Cuando fuimos a pagar, no podíamos hacerlo con tarjeta, ni con Bizum. Fran salió a la búsqueda de un cajero y yo observé cómo una familia con niños pequeños se sentaba en la mesa de al lado.


—¿Cuál es la especialidad de la casa? —preguntaron.


—Aquí está todo bueno, en caso contrario no lo pondríamos en la carta —les respondió él, con aire soberbio. Ese mismo chaval que pidió el préstamo a su padre.


Ellos se quedaron de piedra, yo también. Preguntaron si tenían algo de pasta para los niños.


—¿Han visto que haya algo de pasta en la carta? Si no está en la carta, es que no tenemos.


Yo aluciné tanto que no entendí cómo la familia no se levantó de la mesa. Fran llegó con el dinero y yo le terminé de explicar por qué, a veces, hay sitios siempre vacíos (y personas solas).


...



(Pintura de Karin Jurick)


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