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Regañás

Que llamara a la puerta el panadero era la antesala del festín.


Esos veranos eternos en la casa de mi abuela donde aprovechábamos un pilón como si fuera una piscina olímpica y desde el que nos asomábamos a la cocina para ver a las madres cocinar.


Tortillas de patatas, ensaladillas, filetes empanados, gazpacho. Manjares para unos niños que vivíamos en bañador de la mañana a la noche.


A mí me gustaba atravesar la casa para ir a pagar al panadero y elegir cuántas 'regañás' le íbamos a comprar.


—Llenas el ojo antes que la barriga —me decía mi madre, mientras nos peleábamos por ver quién se comía los picos de los bollos.


Es mi magdalena de Proust particular. Cuando, de higos a brevas, en alguna taberna perdida de Andalucía, me ofrecen una de esas enormes tostas finas de pan, yo me lanzo a por ellas, para romperlas y saborearlas, con el ruido infantil de los gritos del pilón en la cabeza.


...




(Pintura de Pilar López Báez)

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