La semana en la que pasamos de la peseta al euro yo me fui a vivir a París.
No tuve que hacerme al franco, sino que aprendí mucho más rápido de lo previsto el sentido del dinero en la nueva moneda, porque no tenía instintivamente con qué comparar.
En la sala del café, en el trabajo, compartía charlas con compañeros venidos de diferentes países y yo, cuando recibía la calderilla de la máquina tras pagar, guardaba los euros para luego jugar en casa con ellos, como un chaval, investigando de qué país procedía cada uno.
—¡Ostras, de Luxemburgo!
Era un abrirse al mundo que iba en paralelo con mis ansias de ser un ciudadano universal.
Sí, seguro que se encarecieron los productos, pero al mismo tiempo era meter a España en la modernidad, en un espacio donde estaríamos más calentitos, más protegidos.
Haber construido esta Europa comunitaria, a pesar de los pesares de todas sus equivocaciones, ha sido una de las mejores decisiones que ha tomado nuestra sociedad. Es la mayor garantía de que no haya más guerras en este viejo suelo tan acostumbrado a tenerlas, es la seguridad de que no se permitirán desvaríos de gobiernos indeseables contra colectivos desfavorecidos.
Yo quiero más Europa, menos fronteras.
Siempre me sonó horrorosa la palabra extranjero.
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(Pintura de Pawel Jonca)
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