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Salvador Navarro

Floja

Yo aprendí francés con Planeta-Agostini.

Era un chaval y bajaba cada semana a comprar un fascículo. ¡Hasta 96! Y me los estudiaba todos. Con un casete. 'Écoutez-Répétez'. Yo escuchaba y repetía las veces que hiciera falta.

Lo fui mejorando leyendo a Anna Gavalda, Amélie Nothomb, Françoise Sagan... o escuchando a Zazie. Siempre las mujeres para facilitarme el camino.

Así que cuando me fui a vivir a París con treinta y tantos años, mi francés era muy académico.

Mi amigo David, en cambio, se encontró con el idioma de sopetón. Renault lo contrató y lo envió a Francia, donde nos conocimos, sin saber ni papa de francés. De modo que lo aprendió en la calle, en charlas de café, en bares de copas.

Cuando nuestra 'mamá francesa' Brigitte nos invitaba a su casa a comer, casi a diario, nos decía que parecía tener sentados en la mesa a un pijo de clase alta y a un antisistema del extrarradio.

—¡David! —interrumpía ella.

Le corregía a cada momento por los tacos, las expresiones malsonantes y las barbaridades que decía, sin él ser consciente. Se limitaba a repetir lo que escuchaba.

En París conocimos una noche a una francesita divertidísima, que hablaba el español tal como David hablaba el francés. Estaba enamorada de España. Tanto es así que encontró trabajo en Valencia. En la última entrevista antes de contratarla, le preguntaron:

—Estamos interesados en ficharte, pero tenemos dos posibles puestos y nos gustaría saber cuál es el que preferirías.

A lo que ella respondió, en su español callejero:

—A mí me la trae floja.

Y se fue a Valencia.

...

(Pintura de Malcolm Liepke)

Un recopilatorio en papel de mis relatos puedes encontrarlo aquí:


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