
Mi romance con la Highsmith
Cuando el suspense es una forma de vivir
De Crímenes imaginarios a Carol, una autora que me enseñó que el desasosiego puede ser íntimo.

Crímenes imaginarios
Estos días terminé de leer Crímenes imaginarios, una de tantas joyas como Patricia Highsmith nos regaló. De hecho, es la segunda vez que leo esta novela encuadrada en el más inequívoco concepto de lo que se entiende por suspense, sin necesidad de escenas escabrosas ni litros de sangre para llevar al lector al desasosiego que terminar por abrazar a los dos protagonistas: un matrimonio joven, pintora ella, escritor él, que compran una casa en la campiña inglesa para vivir un período austero, con los pocos ingresos que tienen, en espera de un éxito comercial que no termina de llegar.
Como toda gran novela, no se recuerda tanto por la trama sino por la atmósfera. En eso, la Highsmith es brillante. Y es por eso, precisamente, por lo que puedes volver a releerla, porque olvidaste los detalles que te dificultan recordar qué ocurrió pero sí te viene a la mente lo mucho que la disfrutaste.
La primera vez que me metí en ese casoplón de las cercanías de Ipswich con Sidney y Alice, yo no tenía ni 18 años, porque recuerdo que mi madre vivía. Era verano y tuve en vilo a mis amigos de la pandilla, a los que iba contando que Sidney, el escritor, estaba ideando una novela de crímenes y, para hacerlo más real en su mente, actuaba tal como lo haría un asesino tras acabar con su víctima.
—Lo que no sabe, es que la vecina de enfrente, una anciana que vive sola, lo está observando —les contaba yo.

Yo no me explicaba cómo mis amigos no me la pedían prestada, preferían que fuese yo quien se la contara. Quizás fue una de las primeras ocasiones en que me sentí feliz en mi rol de contador de historias.
El caso es que el matrimonio se empieza a amargar debido a los tropiezos editoriales de Sidney. No tanto por ello en sí, Alice es feliz en el estudio de pintura que se ha montado en la casa, sino por lo mucho que se le agria el carácter a su marido por los continuos intentos frustrados de acceder a una editorial.
Esta novela fue una de las primeras que le regalé a mi sobrino Iván, cuando calculé que tenía una idea similar a aquella en que yo la leí. Para mi sorpresa, o no, se la bebió. Le impactó. Un libro sencillo en su argumento, corto en extensión, de lectura fácil.
El temblor de la falsificación

Crímenes imaginarios me llevó a El temblor de la falsificación, siempre de la mano de mi hermana Raquel, que era mi suministradora de libros. Dos años mayor que yo, creo que una de las mayores influencias literarias que yo he podido tener en mi vida ha sido ella. Seguía la estela de lo que ella iba descubriendo ¡y me gustaba!
Esta segunda novela que cayó en mis manos ahondaba en la gran fortaleza de su libro anterior: la tensión. Aquí nos encontramos con otro escritor como protagonista, Howard, un novelista norteamericano al que fichan para trabajar sobre un guion en Túnez.
Fue la primera y última vez que viajé a ese país de la mano de Patricia Highsmith, porque el grueso de su obra transcurre en países europeos, donde ella se vino a vivir huyendo de un país, Estados Unidos, donde no se sentía cómoda. Howard, fuera de sitio por idioma, cultura, presionado por los plazos, se enfrenta a una situación límite cuando se ve obligado a matar a un intruso que se mete en su habitación. Pese a hacerlo en defensa propia, decide no denunciarlo. Es en ese momento cuando comparte esa ansiedad con el lector, conmigo, haciéndome cómplice de su silencio. Dicen que es una de las novelas que más orgullosa hacía sentir a la escritora. Aquí ya hablamos de un desasosiego moral, cuando uno lucha en terreno desconocido por su propia supervivencia.
Y apareció... ¡Tom Ripley!
De ahí pasé a conocer al gran personaje creado por la novelista norteamericana, Tom Ripley, una creación brillantísima de un tipo atractivo, sensible y con una baja catadura moral. Lo detestas tanto como lo amas. Sabes que es el malo, pero empatizas con él. A mí me sirvió como modelo para crear al protagonista de una de mis primeras novelas, No te supe perder. Yann era mi Ripley. Incluso copié, sin copiar, escenas de pura perversión psicológica, en las que Yann usaba su doble moral para camelarse a la protagonista tanto como al lector.
Este personaje aparece por primera vez en El talento de Mr. Ripley, aunque yo lo descubrí en El juego de Ripley, una novela escrita veinte años después, empujada por el éxito de la anterior. A mí los libros me llegaban de modo desordenado y yo los leía de forma aleatoria, lo que no quitaba un ápice de coherencia a sus historias.

Aquí, en El juego de Ripley, llevada al cine con un soberbio John Malkovich en el papel de Tom, se nos ofrece la manipulación como centro de la historia, tal como lo era la culpa en El temblor de la falsificación. Es el retrato de la perversión de una sociedad podrida bajo una capa de vida fácil y aburrimiento.
Tuve ocasión de disfrutar de las cinco novelas que componen el universo Ripley, todas deliciosas, pero nunca dejé de pensar que esta, El juego, era la mejor de entre todas ellas.
No solo esta se llevó al cine, hay dos adaptaciones imprescindibles de El talento de Mr. Ripley, una con Alain Delon, otra, más reciente, con Matt Damon. ¡No sé con cuál me quedo!
Carol

Patricia Highsmith era una mujer huraña, dolida, compleja. Lesbiana, se sintió obligada a escribir con seudónimo su primera historia de amor entre mujeres, Carol, también llevada a la gran pantalla con una magistral Cate Blanchett. Llena de sensualidad, esta historia de una relación prohibida en el Nueva York de los 50 es una disección psicológica de la América de ese período, con toda la dosis de hipocresía social que llevaba asociada.
Small g: un idilio de verano
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Quizás más liberada de los corsés del pensamiento ajeno, su obra póstuma, Small G: un idilio de verano, se acerca de nuevo a la homosexualidad. En esta ocasión viajamos a Zúrich, en un país donde los garitos de ambiente gay se señalaban con la g minúscula que da título a la novela. Yo, acogotado en mi armario, leí esta novela como quien va a la montaña a abrir pulmones. Tanto es así que me organicé un viaje a la ciudad suiza para recorrer las calles por las que paseaban Rickie, Luisa y Teddy, en un ambiente liberal no exento de personajes homófobos.
De esa forma, mi conexión con la Highsmith no venía tan solo del disfrute de su literatura, sino que achicaba mis angustias relacionadas con la sexualidad. Algo por lo que le estoy doblemente agradecido.
También para eso sirve la literatura

Sus últimos años en Suiza
Dicen que ella diseñó la última casa donde vivió, en Suiza, construida de tal manera que no le molestara nadie. Era una mujer herida, mosqueada con el mundo, que ya desde su tierna infancia en Texas se sintió maltratada por una madre opresora. Odiaba a la sociedad, pero la diseccionaba de maravilla. Sarcástica, brillante, a menudo cruel a la hora de retratar personajes, hizo gala de su carácter introvertido y peleón.
No tuvo que ser una mujer feliz, quizás tuvo la mala suerte de nacer en el país y la época equivocada. Ella reconocía que escribía porque detestaba hablar. E, incluso, cuando se le preguntaba por qué escribía sobre crímenes ella respondía:
“El crimen no es interesante. Me interesa por qué alguien se convierte en criminal”

No dejéis de leerla...